La patrulla de la lechuga verde: Capítulo 6

El despertador sonó a las seis, como cada mañana de lunes a sábado. Pasaron unos segundos hasta que se decidió a sacar la mano de debajo de la manta para apagarlo. Hacía frío fuera y no había un lugar en el que estar mejor que en la cama. Aún así, se estiró y consiguió levantarse.

Fue hacia el baño para asearse. Juanjo nunca se duchaba por la mañana. Prefería hacerlo por las noches porque el agua caliente lo relajaba antes de ir a dormir. Una vez vestido, preparó dos cafés. Uno de ellos lo echó en un vaso de papel y el otro lo puso sobre la mesa, junto a una manzana y una tostada.

Mientras desayunaba, a Juanjo le gustaba leer algo. Esta vez tenía una revista de National Geographic con una noticia de un exoplaneta llamado Barnard b que acababa de ser descubierto. «¡Qué pequeños somos», solía pensar cuando leía acerca de estos temas.

Se puso el chaquetón que más abrigaba de los que tenía en casa y salió. Había dos formas de llegar a su tienda, una charcutería del barrio que llevaba allí toda una vida. Él siempre elegía la más larga. Le gustaba pasear tranquilamente para disfrutar de la soledad de las calles a esas horas tan tempranas. A escasos metros de la charcutería, dejaba el vaso de papel con café a un hombre que dormía cerca de allí. Después, abría. Siempre la misma rutina. Cada día.

Su primer cliente siempre era Fermín, un vecino que paseaba de tienda en tienda con un pequeño televisor bajo el brazo para repararlo, aunque poco arreglo tenía.

– Buenos días. Vengo a que me arregle la tele -decía todos los días.

– Buenos días, Fermín. ¡Estás en la charcutería! No tengo herramientas aquí, pero ven cuando quieras -sonreía Juanjo.

Aquel hombre le hacía pensar con nostalgia en el pasado, en todos los años que llevaba viviendo en el barrio. A él le gustaba. Era feliz allí.

Miró hacia la calle. Anunciaba una oferta de salchichas y recordó cómo había conseguido aquella del escaparate. Años atrás viajó a Berlín, la capital alemana. Fue no solo porque le atraía la ciudad, sino porque Alemania es la cuna de las salchichas. Allí las hay de todos los tipos y él quería conocerlas todas para su negocio. Fue de puesto en puesto y de restaurante en restaurante buscando las mejores. Y fue así como, en uno de esos puestos ambulantes, se hizo con la salchicha del escaparate.

Fue a comer una Currywurst, típica salchicha alemana a la que echan tomate y curry y suelen acompañar con patatas. Hablando con el dependiente le llamó la atención una salchicha que tenía fuera del alcance de los clientes.

– ¿De qué tipo es esa salchicha? Nunca había visto una así.

– Esa salchicha es especial. Es una bratwurst de cerdo, creo, aunque no estoy seguro.

– Quiero llevármela -dijo decidido Juanjo.

– ¡De ninguna manera! -zanjó el dependiente-. Esa salchicha no está en venta.

– ¿Cómo que no está en venta? Eso es absurdo. En una tienda se vende todo lo que hay.

– No está en venta. Esa salchicha tiene poderes -el vendedor susurró al decir eso.

– ¿Poderes? -Juanjo reía-. Una salchicha con poderes. Lo que me faltaba oír.

– ¿No lo crees?

Si decir una palabra más, cogió la salchicha y la colocó junto a una pared azul. De repente, ante los ojos de Juanjo, la salchicha cambió su color por el de la pared. Daba igual dónde la pusiera. Ésta siempre cambiaba su color.

– ¡Esta salchicha sería un gancho perfecto para mi charcutería! Por favor, quiero comprársela.

– ¡No!

– ¡Puedo ofrecerle 500€! -Juanjo comenzaba a suplicar.

– No. Creo que no -el vendedor empezaba a dudar.

– Está bien -contestó Juanjo-. ¡Le ofrezco 1.500€!

– ¿1.500? Eso es bastante dinero. La verdad es que no me vendría nada mal -dejó que pasaran unos segundos antes de continuar-. El problema es que la echaría de menos. Lleva muchos años conmigo.

– Le propongo algo. Le doy el dinero y me comprometo a mandarle una fotografía de la salchicha todos los meses. Así sabrás que está bien cuidada y podrás verla a menudo.

No necesitó mucho tiempo para cerrar el trato.

– De acuerdo -contestó el vendedor alemán-, trato hecho. Pero con una condición. Si un solo mes no me envías la foto de la salchicha, te comprometerás a traerla de nuevo y no te devolveré el dinero.

– No tengo ningún problema.

 

De aquello hacía ya tres años. Nunca faltó a su palabra y nunca lo haría. Todos los meses seguiría mandando la foto de la salchicha para alegría de su original dueño.

Las campanas que tenía sobre la puerta sonaron cuando ésta se abrió e hicieron que dejara ese pensamiento para atender a quienes habían entrado. Cuatro niños del vecindario entraron y se dirigieron al mostrador. Estuvieron hablando un rato con él, aunque no compraron nada. Al poco rato, salieron bastante nerviosos, casi corriendo. Al mirar al mostrador, Juanjo vio que habían olvidado una moneda de euro, con lo que la cogió para devolvérsela, pero justo al pasar junto al escaparate se dio cuenta de algo hizo que sintiera escalofríos.

La salchicha mágica no estaba. Había desaparecido. Miró nervioso por el suelo. Buscó por toda la tienda, pero no estaba. Entonces lo comprendió. Por eso había una moneda sobre el mostrador.

Aquellos niños se la habían llevado. Esa pandilla. Esa patrulla.

4 comentarios en “La patrulla de la lechuga verde: Capítulo 6

  1. Raquel Iborra

    Este capítulo nos ha encantado.!!!! Porque ya hemos resuelto un gran misterioso :el origen de la salchicha mágica y el origen de un gran libro 😏
    Ahora a seguir esperando un nuevo capítulo, Xq aki dudamos con quien acabará viviendo bratwurst… Y nos queda saber también el origen de salchicha woman…. Cuanto misterios 👀

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  2. Susana Martínez Bonoso

    Hola profe soy Claudia le podían hacer una foto a la salchicha y mandarsela al charcutero y que se la mande a Alemania a quién se la vendió y asi ve que está perfectamente 🌭🌭🌭🌭

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