Nuestro tercer libro: capítulo 2

Faltaban unos diez minutos para que sonara la campana que avisaba de la entrada a clase cuando abrieron las puertas exteriores del colegio. Las familias hablaban entre ellas mientras los niños corrían a toda prisa por ver quién llegaba antes a su fila. Después de los meses de verano el centro se llenaba otra vez de vida.

La pandilla buscaba su nueva fila en el patio mientras hablaban sin correr. Tenían mucho que contar sobre sus vacaciones, no sólo de las que pasaron juntos. Al llegar saludaron a todos sus compañeros. Todos hablaban a la vez y era casi imposible enterarse de nada. Los nervios del primer día son únicos en todo el año, distintos a los que puedes sentir en otro momento.

Un momento después, unos padres se acercaban a la fila algo desorientados. Una niña y un niño iban con ellos y se pusieron al final de la fila. En pocos segundos se convirtieron en el centro de todas las miradas de clase. ¿Se habrían equivocado de clase o iban a tener nuevos compañeros?

Un par de minutos antes de que fueran las 9, el profe se dirigió a la fila y saludó a las familias y dio abrazos a todos los niños. Después estuvo un rato hablando con los padres que habían llegado más tarde.

La sirena sonó por primera vez después de dos meses y todas las clases empezaron a entrar en el edificio. El aula de 3ºB estaba justo enfrente de donde dieron clase el año anterior. Tenía más luz y era más grande. Todas las paredes estaban desnudas, aunque sabían que poco a poco las irían llenando. Sobre la pizarra había una gran pantalla blanca para proyectar imágenes. A todos les encantó la novedad.

Después de dejar unos minutos de bienvenida, el profe pidió a los alumnos que se sentaran.

– Como habéis visto, este año tenemos la suerte de tener dos nuevos compañeros -dijo sonriéndoles-. Antes de dejar que se presenten y de que contéis qué tal han sido vuestras vacaciones, vamos a hacer un juego.

Todos los niños se pusieron en círculo e hicieron una actividad en la que tenían que ir enredándose unos entre otros sin soltarse las manos. Fue muy divertida e hizo que los dos nuevos compañeros se soltaran un poco y se olvidaran del estrés y tensión que debían sentir por ser el primer día.

Después, uno a uno comenzaron a decir sus nombres y su afición a los nuevos compañeros mientras estos les sonreían. Sin duda parecían divertidos.

– Si os parece bien es vuestro turno. Decidnos vuestro nombre y qué os gusta hacer -propuso el profe.

Los dos niños se levantaron. Eran bastante altos para la edad que tenían. Posiblemente los más altos de la clase. Se miraron los dos. La niña le hizo una tímida señal con la mano al niño, pidiéndole que empezara a hablar él. El niño encogió los hombros y empezó a hablar con decisión.

– Yo soy Joaquín -tenía el pelo negro como el carbón y el pelo tan enredado como los nidos de los gorriones-. Vengo de un colegio de Granada, pero nos hemos mudado aquí, así que no conocemos nada aún de la ciudad. Me gusta hacer muchas cosas, pero sobre todo jugar al baloncesto. Ella es mi herma…

– No necesito que me presentes, ya lo hago yo -dijo sonriendo para quitar hierro al asunto-. Yo soy Rocío y Joaquín es mi hermano. Somos mellizos.

La clase se miró alucinada porque no se parecían en nada. Ella tenía unos ojos tan azules como las turquesas, muy distintos de los de su hermano.

– Me gusta mucho la música. En casa siempre estoy escuchando algo. Ahora estoy aprendiendo a tocar la batería -un murmullo y exclamación de sorpresa llenó la clase-. También me gusta jugar al fútbol.

La pandilla se miraba sonriendo. Sin duda aquellos hermanos parecían ser muy interesantes. Era una suerte que fueran a ser compañeros.

La tres primeras clases pasaron muy rápido. De nuevo la sirena sonó, esta vez para avisar de que era hora del recreo. Pedrito, Lola, Juanita y Neno se acercaron a los nuevos compañeros. Después de presentarse de nuevo, les propusieron enseñarles el centro.

Era enorme. Tenía dos pistas grandísimas.

– Aquí es donde venimos a hacer educación física -explicó Juanita-, menos los días que llueve que nos vamos al gimnasio o a la cueva.

– ¿La cueva? -preguntó extrañada Rocío, pensando probablemente en la cueva de alguna montaña.

– Sí. Ahora te la enseñamos. Es como otro patio pero con techo. Los días que llueve pasamos ahí el recreo y nuestros padres van a recogernos allí a las dos -contestó Neno.

Después de enseñarles la cueva, los llevaron al huerto del colegio, a la rampa del jardín y a los patios laterales.

– Esto es muy grande -observó Joaquín-. Cualquier día me pierdo por aquí.

Fueron de nuevo a las clases. Toda los niños empezaron a hacer una actividad por equipos que había preparado el profe. Tenían que hablar de los tipos de animales invertebrados que se podían encontrar en el colegio e ir escribiéndolos en una tabla que había repartido. Justo cuando llevaban la mitad de la actividad hecha, la sirena volvió a gritar, pero esta vez el sonido era muy distinto. No sonó de forma continuada, como siempre, sino intermitente. También era distinto el timbre. Este era más ruidoso, casi molesto. Además, las luces de emergencia de los pasillos se encendían y apagaban sin descanso.

– ¿Un simulacro el primer día? -dijo para sí mismo el maestro-. De acuerdo, chicos. La alarma de incendios está sonando. Ya sabéis lo que hay que hacer.

Toda la clase se puso en una fila ordenada. Nadie cogió nada. Los abrigos, mochilas, libros había que dejarlos en clase. Rocío y Joaquín repetían lo que hacían los demás, aunque el profe no les quitaba el ojo de encima.

Abrió la puerta y comenzaron a bajar las escaleras. El pasillo estaba abarrotado de alumnos y profesores y, sin prisas, todo el mundo andaba. Cuando llegaron a la planta de abajo el maestro dirigió a los niños a uno de los patios y los reunió en un círculo. Señalando con el dedo comenzó a contar a todo el grupo. Cuando terminó frunció el ceño y volvió a empezar.

– Por favor, no os mováis -pidió.

Estaba contando de nuevo cuando Joaquín y Rocío se acercaron a él.

– Profe.

– Ahora no, Rocío.

– No estamos todos -señaló Joaquín.

El profesor miró fijamente a los hermanos, esta vez prestándoles toda su atención.

– No recuerdo cómo se llaman -explicó Rocío-, pero los cuatro niños que han estado jugando con nosotros en el recreo no están aquí.

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